Maltratadores ¿Pueden cambiar?
“En estas terapias aprendes a hablar y a escuchar. Y esas cosas son muy importantes para la vida”, “no es justo fijarse solo en los asesinatos. ¡Hay tantas mujeres muertas en vida…!”, “no me he portado mal.fue ese día. La enganché del pelo. Se me cruzaron los cables y ya está.”
Condenados a seguir una rehabilitación por haber agredido a su pareja. Cada mes hay miles de sentencias así, pero quedan ocultas por los casos más graves de asesinatos. ¿Cómo son estos hombres? Les acompañamos en la terapia y abordamos a través de ellos el problema de la violencia de género, que en 2010 causó 73 víctimas en España.
“Te metes en una rueda. Vuelves a perdonarte. Te engañas a ti mismo. Y vas cayendo en una espiral”
“Cuando salí de la cárcel y volví a casa, la gente me trataba como si la víctima fuera yo”
Pablo, madrileño de 43 años, con dos hijos de la mujer a la que agredió y que le llevó ante el juez. Es uno de los hombres que, por sentencia, han acudido a las sesiones de terapia que organiza la Asociación para la Convivencia Aspacia, que lleva el nombre de una excepcional discípula de Sócrates y que tiene como finalidad eliminar la violencia, proteger a las víctimas y promover la igualdad en las relaciones (www.asociacion-aspacia.org).
“Las personas que somos violentas tenemos que asumir que no hay excusas para la violencia, que te pasas meses intentando justificarte, y no, no, no, eso no es. Nada que ver ni con el comportamiento de mi mujer, ni con antecedentes en mi familia. Nada de eso. Yo era una persona que, cuando me ponía a discutir con mi mujer, daba incluso puñetazos en la pared. No lo veía como violencia, y ahora me doy cuenta de que lo era, que era el paso anterior a la violencia física, que te quedas ahí porque la otra persona se rebaja, no te hace frente… Y yo creo que se llega ahí por miedo… Es como un virus que se va infiltrando en tu manera de ser, poco a poco te vas acostumbrando a comportarte de esa manera violenta, o miedosa. Te vas metiendo en una rueda, vuelves a perdonarte, te engañas a ti mismo y vas cayendo en una espiral, y cada vez es más pequeño el círculo entre un episodio de violencia y de perdón”.
El caso de Pablo rompe con tópicos que aún perviven en torno a la violencia de género: alcohol, incultura, inmigrantes, clases bajas, entornos degradados… No. La violencia de género parte de un caldo de cultivo de excesiva tolerancia con dos pautas de comportamiento: la violencia en general (aún se ve como algo atractivo en un hombre, algo valiente, varonil) y la desigualdad hombre-mujer. Son dos actitudes que, a poco que se profundice, siguen aún muy vivas entre muchos y muchas. Porque, insisten los expertos, esto no es una lucha, un enfrentamiento, entre géneros, sino un trabajo de todos y todas. Y cuyas puntas de iceberg son las que, a menudo, nos impactan en forma de asesinatos. El año pasado, 73 mujeres murieron por violencia machista. En 2009 fueron 55; 76, en 2008; 71, en 2007; 69, en 2006. O sea, 344 mujeres muertas en los últimos cinco años a manos de sus novios, compañeros, maridos, exmaridos, excompañeros, exnovios… Doce en los dos primeros meses de 2011. Demasiadas para no intentarlo todo. El testimonio de Pablo, recogido en una serie de grabaciones de José Antonio Rodríguez Amado para un trabajo de Aspacia, resulta revelador. Continúa así:
“Mi mujer es una persona muy independiente, periodista, y yo intentaba imponer mis decisiones. Y llega un momento, en el primer año del matrimonio, que tengo miedo a perderla, a que el negocio no fuera bien, a no tener dinero, a no ser suficiente hombre, a todos esos estereotipos que nos meten en la cabeza. Las discusiones cada vez eran más habituales. Como si estuviéramos luchando por parcelas de poder. Me molestaba incluso que me preguntara. Yo respondía de manera violenta, no se me ocurría otro camino que no fuera el enfrentamiento. Ella intentó en muchas ocasiones que habláramos. Pero yo me encerraba, ¡le negaba a mi pareja el derecho a hablar! Era tan cobarde, que veía todo como una agresión hacia mí… Es que yo creo que tenía complejos: a quedarme calvo, a no ganar tanto dinero como otros, a no ser lo suficientemente bueno en la cama. Ella tenía mucho éxito en su trabajo. Y sí, ahora entiendo que me molestaba. Por parte de ella había reproches, pero lógicos, eran reproches para motivarme, y yo los veía como un ataque. Era tan egoísta que solo me decía: ¿por qué me habrá tocado a mí esta mujer?”.
“El altercado se produjo en la vía pública. Me detuvieron y llevaron a comisaría. Pasé una noche en el calabozo y al día siguiente se celebró el juicio rápido. Esa noche me di cuenta de que tenía que cambiar. El juez me impuso orden de alejamiento, condena de seis meses de cárcel, reparación de daños mínima (100 euros), porque ella tuvo una hemorragia en la nariz. Y hacer esta rehabilitación psicológica. Cuando salí de la cárcel y llegué a casa, la gente me trataba como si la víctima fuera yo. Diciéndome: la ley está fatal, esto es una vergüenza… Pero ¿cómo es posible? Incluso mis amigos decían: es que las mujeres te buscan… También me di cuenta de que ser buena persona cuesta; ser malo, tonto, miedoso es muy fácil. Ser buena persona cuesta mucho trabajo diario, diario. Antes de esa noche me mentía a mí mismo, te dices: ‘Qué pesada mi mujer, me está haciendo la vida imposible’; te engañas a ti mismo tanto, que ves la vida al revés. Hasta su madre le dijo: ‘Es que eres muy pesada con tu marido’. Tremendo”.
“Ahora me siento mejor. Lo más importante ha sido aprender a recibir críticas. Antes saltaba, era como si me vieran desnudo. Es lo que más cuesta: aprender a recibir críticas. Incluso ahora mismo, un año después de la terapia, el 50% de las personas con las que comparto la terapia siguen excusándose por lo que hicieron. ¡El 50%! Imagínate… Cambiar es una cosa de mucho trabajo, mucho tiempo, mucho esfuerzo. No hay nada mágico que te haga cambiar y decir: ya, ya no soy violento. Antes estaba en un constante semáforo rojo, en un constante estado de alerta. He aprendido mecanismos para estar en verde. Hago deporte todos los días, leo mucho todas las noches, que te da una relajación increíble, llevo un diario. Pero eso es lo superficial. El cambio es más profundo, no permitirme en ningún momento ninguna excusa. No, no. Este cambio requiere mucho trabajo, no bajar la guardia ni un momento. Es la putada de la violencia de género de, por decirlo de alguna manera, de baja intensidad, que ellas tienen menos apoyo, que la sociedad asume que el hombre sea violento…”.
Cada trimestre se registran en España en torno a 32.000 denuncias por violencia machista. En 2010, el 26% de ellas terminaron en condenas con suspensión, de modo que esos hombres no han de ingresar en prisión, pero están obligados a seguir la terapia de rehabilitación. Andrés Quinteros, responsable del Área de Violencia Familiar y Social de Aspacia y que ha trabajado con maltratadores y violencia familiar en Argentina, Chile, Brasil y ahora España, nos ayuda a enmarcar el problema: “El primer paso es que reconozcan la violencia que ejercen. Pegar a alguien nunca puede justificarse. Si consideras que tu mujer es una pesada, puedes responder de otra manera, nunca con violencia, nunca humillando. Las relaciones de pareja pueden ser conflictivas, pues sí, claro, pero la vía para afrontar ese problema nunca puede partir desde la desigualdad ni desde la violencia. Del conflicto al dominio o maltrato hay un abismo. La violencia de género es transversal y tiene que ver con cómo se construye la masculinidad y la feminidad. Luego hay otros factores precipitadores, agravantes, como pueden ser la crisis económica, el alcohol, quedarse en paro… Pero esos, por sí mismos, no explican la violencia; la precipitan, pero no más. El problema es que, para sentirse hombres, no quieren una mujer a su lado; quieren una mujer por debajo de ellos”.
Ana Escobar, psicóloga, responsable del Área de Violencia de Género y de Igualdad de Aspacia (se encarga de las víctimas; frente a Andrés, que se ocupa de los agresores), ayuda a completar el cuadro: “Todos tratan de minimizar lo sucedido y de responsabilizar a las mujeres. Son disculpas de libro: les han puesto al límite, les han provocado, les buscaban las vueltas, fue solo un empujón… Es el único delito en el que la víctima se convierte en sospechosa… Se les traslada la responsabilidad en todos los casos. Incluso si no denuncian se les echa en cara, como a veces podemos entrever en noticias de prensa. Ellas también tienen tan interiorizado su rol, que, incluso habiendo sufrido daños muy graves, justifican al agresor; y para que haya una coherencia con esa exculpación confiesan su amor hacia ellos… No hay un perfil de víctimas, pero sí conductas que se repiten. Autoestima baja, asunción de determinados roles de sumisión. Les atrae esa relación de dependencia. La terapia con ellas es fundamental para recomponer sus propias habilidades y capacidades. Es un trabajo clave: reforzarles la autoestima. Los casos más complicados son los que han experimentado un proceso largo de embaucamiento al principio y muy largo de anulación después”.
Y continúa con una crítica al recuento obsesivo de asesinatos en los medios de comunicación, que invisibiliza otros problemas: “¡Pero si hay tantas mujeres muertas en vida…! No es justo fijarse solo en ese dato…Hay mucha tolerancia con el hombre agresivo, y en ese caldo de cultivo la mujer es vulnerable. No se trata de proteger a la mujer, sino de acabar con esos patrones machistas, de roles de desigualdad. No tenemos que ver esto como la lucha de dos bandos, sino como algo en los que debemos estar embarcados todos y todas; porque no es solo cuando llegan a matarla, es que hay mucho micromachismo, mucha violencia aún aceptada”.
Escuchemos a Christopher, polaco, de 29 años (10 en España), casado con una mujer polaca, con dos hijos, albañil, en otra de las grabaciones de Aspacia: “No fue maltrato, maltrato. Yo estaba borracho. Era de noche. Estábamos en casa de mi cuñado. Hablamos muy fuerte. Tuve una discusión con su hermano. Salimos. Y por la calle, discutimos. Yo con mi mujer. La empujé. Pero yo no la pegué, ni nada así. Lo vio una señora. Llamó a la policía. Vinieron. Preguntaron a mi mujer qué pasaba. Ella no quería denunciar ni nada. Seguimos juntos. Yo ahora veo el mundo de otra forma. He cambiado mucho, el mundo me ha cambiado el cien por cien. Me llevaron detenido. Yo estaba borracho. No me enteraba bien de lo que pasaba. Yo tenía problemas con el alcohol. Ella no quería que bebiera. Yo no podía dejarlo. Y muchos problemas venían por eso. Discutíamos mucho. Nos chillábamos. Ahora ya no. Yo dejé hace dos años la bebida. Ya no bebo ni una gota. La vida me ha cambiado el cien por cien. No tengo problemas con el dinero. Todo se soluciona más fácil. Mi vida ha sido una ruina”.
“Maltratos físicos no ha habido, pero psicológicos, sí, porque yo bebía, y ella lo pasaba mal. Ahora yo le digo que lo siento, y que quiero recuperar el tiempo perdido. Yo digo que estoy viviendo mi tercera vida. La de niño, en el orfanato, la de cuando bebía, y la de ahora. Llevo casi un año de tratamiento. Me parece muy positivo. Aprendes a hablar, a escuchar, a tratar a la gente. Son cosas que la gente puede decir que son pequeñas, pero yo veo que son muy importantes para la vida. Ahora tengo paciencia, escucho. No salto. Por fin he dejado atrás todo eso”.
Una pregunta para Andrés Quinteros: los críticos con la Ley de Violencia de género de diciembre de 2004 enarbolan las 73 víctimas del año pasado, cifra que supone un 30% más que en 2009, para echar por tierra lo hecho por el Gobierno del PSOE en el último lustro… ¿Tienen razón? “En los últimos 15 años sí ha habido una evolución en España. Sobre todo en cuanto al conocimiento del problema, a tomar conciencia de él y en la información y protección a las víctimas. Empieza a haber cambios culturales y sociales, que son los que se ven a más largo plazo, como es el rechazo al maltratador. Pero esos cambios han de plantearse a 20 o 30 años. Nuestro trabajo debe enmarcarse ahí. No se puede cambiar algo de siglos, algo tan arraigado como son los patrones culturales, en dos o tres años. En Estados Unidos, la política para atajar el maltrato infantil ha comenzado a dar frutos 35 años después de iniciarse. La educación y la prevención son las piedras angulares”.
¿Y dan resultado estas terapias de rehabilitación? “Se realiza un informe al final. Hasta ahora, el balance es más o menos que entre el 50% y el 60% se estaban cumpliendo los objetivos; un 30% abandonaron el tratamiento, y con un 20% no se alcanzó ningún avance”. Antes, los tratamientos podían ser en grupo o individuales, pero ahora -marcados por la falta de recursos-, el nuevo protocolo indica que van a ser tratamientos grupales de seis meses, en una sesión semanal. “Sinceramente”, apunta Quinteros, “en seis meses, en psicología, es muy difícil cambiar nada. En seis meses lo que se suele alcanzar es llegar a reconocer lo que ha sucedido. Creo, además, que se hace mucho énfasis en lo psicoeducativo, en las habilidades sociales, la empatía, y deberíamos entrar a trabajar ya en nuevas alternativas de masculinidad”.
Para aquellos que sí han recibido penas de prisión el esquema es distinto. Lo explica Alfredo Ruiz, del área que coordina los tratamientos en prisión en la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias: Comenzaron a trabajar con maltratadores en 2002, en una experiencia piloto. En 2005 se pusieron ya en marcha. Según los datos del pasado otoño de Instituciones Penitenciarias, hay 3.821 hombres cumpliendo condena por violencia de género como principal delito; a los que hay que sumar aquellos otros que cumplen condena por este más otros delitos; en total, 6.517 hombres. Para quienes están en prisión, el tratamiento es voluntario (para los que hemos visto hasta aquí, los que están fuera, es obligatorio, pues se les conmuta la pena de cárcel a cambio de esta terapia). Son programas de un año, y participan en torno a 750 en cada curso; una sesión semanal de tres horas. “¿Grado de satisfacción? Por las encuestas que hacemos”, explica Ruiz, “el 50% opinan que les ha resultado muy positivo. Pero es muy difícil hacer una evaluación de los logros. Lo que nos interesa es que no reincidan; y el 10% vuelven a prisión nuevamente por delitos relacionados con violencia de género. Pero aún no tenemos series temporales como para sacar conclusiones. Llevamos poco tiempo como para medir reincidencias”. En este tipo de tratamientos, los canadienses y británicos fueron pioneros; pero ahora mismo España ya está entre las posiciones más avanzadas. Lo dice Ruiz, que también coincide en el análisis: “No hay un perfil. Cualquiera, de cualquier edad, nacionalidad, nivel cultural y laboral, puede ser un maltratador. Siempre en las primeras sesiones nos enfrentamos a la negación, las excusas, la justificación: fue el alcohol, fue un cortocircuito (“no sé qué me pasó, no recuerdo nada”), fue solo un empujón, es que mi mujer andaba siempre buscándome… Le quitan importancia, la culpa la tiene la ley, es una ley injusta, discriminatoria con los hombres, estoy aquí porque me tocó una jueza en vez de un juez… Lo que sí hemos visto es que no son capaces de reconocer emociones; les pides que describan estados emocionales con sus parejas y no pueden decir más de dos o tres, los más básicos: el enfado, la felicidad de cuando se enamoraron… Poco más…”.
José María, de 32 años, encofrador, puede representar bien esa falta de expresividad. Cuenta su caso así: “Estábamos discutiendo. La enganché del pelo, con tan mala suerte, que estaba por allí la policía, me vieron y me detuvieron. Ocurrió hace cinco años. Luego seguimos juntos un tiempo, incluso tuvimos una niña. Estábamos como a escondidas. Intentamos llevarlo bien por la niña. Nos vemos casi todos los domingos. Pero hay cosas que no se olvidan”. “La conocí en un garito, a las tres de la mañana. La relación iba más o menos bien. Problemas por ahí, a raíz de ahí, estuvimos mosqueados un tiempo y eso. Ella dijo que me iba a matar, empezamos con el tira y afloja, y pasó todo el tema. Antes hubo insultos y eso, pero no pasó nada. Mala suerte ese día. Estuve detenido desde el domingo por la tarde hasta el martes por la mañana. Me obligaron a seguir esta terapia”. “Yo no sé, yo no me he portado mal como para estar aquí, pero luego viniendo y eso, sí te das cuenta de que hay cosas que no estás haciendo bien, y eso. Llevo dos años de tratamiento. Al principio me parecía un rollo todo esto, al principio te da corte contarle tu vida a desconocidos, pero luego ya te vas acostumbrando. Luego he visto que no está tan mal. Te ayuda a ver cosas que tienes dentro. Antes saltaba a la tremenda. Ahora pienso más las cosas”. “No me gusta que me vean como un cabrón, pero tampoco, no sé, como un mariconazo. Cada uno tiene su momento”. “Fue ese día. Se me cruzaron los cables y ya está”.
“Debemos partir siempre de algo claro: de la voluntariedad; de que estos hombres son perfectamente conscientes de lo que han hecho. No hay un perfil del agresor. Pero yo digo que todos tienen tres características: son hombres, varones y de sexo masculino, con una referencia cultural basada en la imposición, en el “porque lo digo yo”. Quien habla ahora es Miguel Lorente Acosta, delegado del Gobierno para la Violencia de Género. “El maltratador tipo, en la inmensa mayoría de los casos, solo maltrata a su mujer. No son gente violenta ni problemática en el trabajo o en la sociedad; aunque sí tienen comportamientos comunes; por ejemplo, son gente embaucadora al comienzo con sus parejas, y con una conducta de hipermasculinidad, y que una vez cometido el delito tienden a minimizarlo. Minimizan la intensidad de la agresión o responsabilizan a la mujer. No lo ven como violencia, consideran que son cosas familiares, de casa… Tienen una relación de desigualdad con su pareja; que les lleven la contraria lo ven como un ataque a su posición. Saben perfectamente lo que están haciendo”. “Yo creo que es muy importante la presión social; que ellos se vean cuestionados socialmente, no bajar la alerta. Esto no es un ejercicio de cómo controlar la ira; no es aplicar una serie de trucos para controlarse. Son cuestiones basadas en la desigualdad de género. El maltratador nunca parte de una relación de tú a tú; no se trata de que las relaciones hayan de ser rosas, de plena felicidad, sino de saber cómo afrontar los conflictos sin atacar. El maltratador muchas veces provoca él el conflicto, lo busca, para poder descargar”. “Es una estrategia larga en el tiempo. Van cosificando; la mujer es un objeto que les pertenece; desarrollan esa posesión durante muchos años; y las dos partes llegan a padecer una distorsión cognitiva de la realidad; las mujeres sometidas desarrollan procesos psíquicos curiosos para sobrevivir, procesos que se han visto en los campos de concentración; se enganchan a rutinas; sus días pasan sin emociones, viven automáticamente, para no pararse a pensar”.
Víctor, madrileño, de 23 años, trabaja en artes gráficas como ayudante de taller. Es uno de esos casos, aún poco frecuentes, de hombres que acuden voluntariamente a la terapia, no por sentencia judicial, sino buscando poner freno a algo que les crece dentro. Tenerle delante produce cierta inquietud: “Vengo aquí por los nervios, me veo bastante acelerado, he tenido una racha bastante mala… Salto muy fácil, una mala palabra y… salto. Tengo novia, empezamos hace cuatro años. Y con ella he tenido muchas discusiones también, muchos problemas. Y he notado que con ella también podía pasar a más. Antes de que ocurra algo malo, mejor poner medidas. Llevo un mes y algo. Vengo un día a la semana. Vendré el tiempo que haga falta. Noto que me viene bien, sí. No tengo ningún amigo con quién compartir lo que me pasa, por eso me viene bien hablar con el psicólogo. Mi novia me dijo: es mejor poner solución, porque, a lo mejor, un día discutes con alguien, ocurre una desgracia y te arruinas la vida. Antes no era así, ha sido por las circunstancias de las cosas, han fallecido varios amigos en poco tiempo, por drogas y accidentes, y eso me ha alterado. Yo, drogas, no; fumo porros, pero quiero dejarlo…”.
“La última vez me pegué con gente que no me dice las cosas a la cara… Van hablando mal a mis espaldas… Fue hace dos días… Me pegué. La anterior fue hace una semana. No son cosas graves. Son peleas de cuatro puñetazos, no pasan a mayores. Con 14, 15 años yo no era así, era tranquilito, pero a medida que creces te encuentras con nuevos problemas. Tengo claro que quiero pasar con mi novia el resto de mi vida. Me gustaría vivir juntos, pero antes me gustaría aprender a canalizar la ira de otra manera, los pensamientos. A mí, lo que me pasa es que cuando me salta aquí, me salta, en un segundo. Ahora mismo estoy bien, pero como me pase una mala contestación o cualquier cosa, me salta el clic, y ya está, y no hay más”.
http://elpais.com/diario/2011/03/13/eps/1300001216_850215.html