“Feliz” por no haber sido nunca agredida

Esta limpiadora pertenece al selecto club del 10% de mujeres que no ha sufrido violencia física

Sudáfrica está llena de Conny Mamabolo. Negras jóvenes, sin formación alguna, madres solteras, trabajos nada cualificados y un futuro con pocas expectativas por delante. Aún así, esta mujer de 34 años afirma ser “feliz”, a pesar de que llegar a fin de mes es un auténtica carrera de obstáculos. Pertenece al selecto club del 10% de mujeres que no ha sufrido ningún acto de violencia física.

Oficialmente el desempleo entre negras, del 42%, multiplica por siete el de las blancas y eso porque no se contabiliza a las que plantan un puesto precario de chucherías o fruta en plena calle porque sino la diferencia se tendría que multiplicar por nueve. Más de la mitad de las que no tienen estudios están empleadas en el servicio doméstico.

Conny nació en un pueblo de Limpopo, en la Sudáfrica más rural y paupérrima y con 20 años siguió hasta Johanesburgo a su madre, también jefa de una familia monoparental de cuatro hijos. Y aquí siguen.

La situación ha cambiado. Ahora ya no es la madre la que cuida de la familia sino Conny. Trabaja desde que tenía 16 años de doméstica donde le salga y con sus 2.800 rands mensuales (240 euros) que consigue de limpiar en dos oficinas se ha convertido en la única fuente de ingresos de su casa.

La “suerte”, dice esta mujer, es que su madre, que ahora tiene 57 años, consiguió hace más de una década una vivienda gratis del Gobierno en un suburbio de la metrópolis y no tienen que pagar ningún alquiler. Allí viven con otros tres hermanos, entre los 27 y los 14. A su hija Karabo se la querría traer a vivir con ellos pero, de momento, reside en Limpopo con sus bisabuelos, que tienen “unos 80 años”. Admite que le saldría más barato económicamente y, sobre todo emocionalmente, tener a la niña junto a ella pero como la anciana necesita a alguien que la ayude para “ir a comprar o alguna tarea de la casa” decidió separarse y ahora intenta verla una vez al mes, aunque a veces los 400 kilómetros y los 320 rands (27 euros) del taxi le obligan a espaciar la visita.

Conny exprime cada rand que gana. De aquí mantiene a todos los de su casa en Johanesburgo. Su madre no trabaja y aún le faltan nueve años para cobrar la jubilación. Con ninguna formación, la hermana casi treintañera intenta emplearse en tareas de limpieza con escasa suerte para desespero de Conny y los pequeños acuden a una escuela pública y gratuita.

Además, la limpiadora envía cada mes “algún dinero” a Limpopo para redondear la pensión de los abuelos, que también están al cargo de otros dos bisnietos. “No tengo para caprichos ni para mucha diversión”, admite mientras friega los cacharros de la oficina y asegura que el sueldo que gana “es para la familia”. Sus fines de semana se limitan a salir con alguna amiga y el domingo por la mañana a acudir a la iglesia, una tradición compartida por todas las culturas sudafricanas pero por lo general se queda en casa “descansando y durmiendo”.

La crisis también está pasando al sector doméstico. Busca pero no encuentra un tercer trabajo que le permitiría “cambiar de vida” porque “podría estudiar, aprender con los ordenadores y entrar en una oficina. Eso sería un buen trabajo”, apunta. Lo tiene difícil porque no abundan los cursillos gratis con los que ampliar aptitudes y hoy no puede costearse ninguna academia. “Ahora los negros somos libres, sí, pero seguimos sufriendo y no tenemos trabajo ni una vida de lujo”, se lamenta sobre los 19 años tras el Apartheid.

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/03/05/actualidad/1362495024_189842.html