Considerar la violencia de género como doméstica, enfatiza una vez más la relación de la mujer, incomprensible e ilógica con lo privado, lo sacro, lo oculto o lo espiritual, aquello que por lo tanto debe estar guardado y reservado para el goce y el disfrute personal del varón únicamente en su propio hogar, donde ejerce el control. Calificar de manera reiterada la violencia contra las mujeres como de violencia doméstica, pretende difuminar el carácter sexuado de la opresión[3] basado en las relaciones afectivas entre hombres y mujeres y en el poder jerárquico que unos ejercen sobre las otras. Las mujeres enclaustradas en el hogar, encerradas como castigo, donde se ejercen unas reglas basadas en el dominio masculino que desembocan en la violencia, desarrollan la llamada domestofobia[4], fobia al espacio doméstico, al encierro en el lugar conocido, al sometimiento en el espacio restringido, ajeno al exterior, donde los maridos creen que con el incremento de la capacidad de movimiento, de su independencia y por el miedo a la igualdad, que únicamente significa libertad para decidir, éstos serán abandonados, temiendo verse desorientados e impotentes ante la pérdida de poder y de privilegio tradicional.
[1] Herman, Judith L.: “Cautiverio”, Cárcel de amor. Relatos culturales sobre la violencia de género, Sichel, Berta; Villaplana, Virginia (eds.), Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, 2005, p. 74-75
[2] Bosch, Esperanza; Ferrer, Victoria A.: La voz de las invisibles. Las víctimas de un mal amor que mata, Ediciones Cátedra, Universitat de València, Instituto de la Mujer, Madrid, 2002, p. 21